Historia
y diplomacia
No nos equivoquemos, el Queyras
sigue siendo un territorio fabuloso, una tierra no más
“corrompida” que en otras partes, que, gracias a su parque natural
regional y a la cantidad de organismos competentes que de ella se
ocupan, continúa obrando en pro del bienestar de sus habitantes.
Sin embargo, desde un punto de vista puramente cultural, pese a los
bellos discursos, el Queyras contemporáneo, ¿es digno de
su historia, de su cultura original? Habrá que determinar si la
sociedad actual, basada únicamente en la economía del
turismo, puede todavía asegurar a su población una
“realidad” social y cultural fiel a sus raíces.
Que el lector de estas
líneas se tranquilice: no conocer el Queyras no impide la
comprensión de estos fenómenos. Por el contrario, el
estudio del microcosmos de Queyras es interesante para analizar la
sociedad toda o al menos la de otros territorios similares (zonas
turísticas, zonas rurales, parques regionales, montañas,
…). Tal como un buen etnólogo que aplica el método
comparativo, trataré a veces de comparar el Queyras con otras
realidades para dar más consistencia a mis objetivos…
Este estudio cultural del Queyras no será la enésima
repetición de una guía turística sino un resumen
crítico destinado a restablecer la realidad histórica. No
he inventado todo esto solo, las Editions Transhumances de Val des Près
(05, France) son un rico reservorio de fuentes para este
propósito.
En
el comienzo eran los Escartons (la cultura del manso):
“Escartons”: desde ahora encontraremos esta palabra por todos lados,
motivo light de un gran Grand Briançonnais que de aquí a
poco debería declinarse en croquetas, cervezas, quesos y otras
residencias…
Para quienes no conocen los escartons, se evocaría
rápidamente una república de la Edad Media donde todos
eran hermanos, presididos democráticamente por buenos
cónsules (los antepasados de los alcaldes). Uno
imaginaría a los montañeses de aquí, habiendo
decapitado ya a su nobleza, como orgullosos republicanos galos sentados
a la mesa en suntuosos banquetes, libres y solidarios…Que sea dicho de
una vez por todas: los escartons no han sido nunca una
república. Se trataba de una carta de privilegios que si bien
permitió a todos los habitantes de estas montañas tener
un estatus frente al soberano (el célebre estatus de
franco-burgueses, entre la plebe y la nobleza), por sobre todo,
permitió la autogestión de una oligarquía de
mercaderes. Cuando desapareció (1713 y 1789) los escartons no
parecieron protestar demasiado y su “mediatización” no se
hará sino mucho más tarde.
Si hay una idea a retener, esta es fundamentalmente la del MANSO (o
dominio de una zona del pueblo en el Queyras) o la tierra comunal,
figura que apareció bajo los Carolingios y que permitió a
una comunidad (aldea, zona…) obtener el estatus de franco-burgueses
para el grupo (el individuo es aquí indisociable de su grupo).
Así, la ayuda mutua no fue dictada tanto por la
filantropía (ni aun por las dificultades geográficas)
sino por la necesidad de reunir fondos comunes para comprar y conservar
los privilegios…..
Aparecen entonces personajes emblemáticos que, desde el simple
PARIER (propietario de un prado) hasta el MANSIER (o procurador del
Queyras), forjaron una verdadera “democracia participativa” donde todos
los individuos estaban en un mismo plano social. Las diferencias de
clase siempre existieron, las luchas del poder para las elecciones a
cónsules, las querellas de religión, las de vecindad,
fueron legión. Sin embargo, el individuo no estaba
marginalizado. Cada responsable de familia se transformaba en SINDICO,
siguiendo el sistema de rotación en el rol de la gestión
de una parerie (tierra de regadío) o del manso. No había
jerarquías, el síndico parier (administrador de la
parerie) era socialmente igual al síndico del manso, al
síndico cónsul, o al síndico gran cónsul. A
la firma de la carta en 1343, diferentes síndicos estuvieron
presentes y el término “escarton”, simple palabra asociada a la
gestión, podía también designar perfectamente en
el texto a un manso (como el escarton de Puy-Saint-Pierre), o a un
conjunto de manses (como el Val Cluson) o al Gran Escarton entero.
Mejor aun que el sufragio universal, este sistema social genial asegura
una relativa equidad donde una “minoría mayoritaria” no puede
jamás imponer su voluntad a los otros.
Este modelo de la CULTURA DEL MANSO (¿la expresión, tal
vez, haya sido utilizada antes por otros?) estaba allí antes que
los escartons y sobrevivió largo tiempo después de la
desaparición de los mismos. La carta de privilegios no hizo
más que ratificar este sistema social ejemplar.
La realidad de estos hechos era tangible de dos maneras:
- La gestión “física” del manso (regadío,
forraje y administración de los rebaños…).
- La identificación de un grupo por la lengua natal que se
diferenciaba voluntariamente de la del vecino (en particular en el
Queyras) pero que seguía perteneciendo al occitano.
Lo que aniquiló el espíritu comunitario y el lazo
cultural de estas montañas, no fue la desaparición de los
escartons, tampoco la revolución industrial del siglo XIX, ni
las dos guerras mundiales y otras fatalidades climáticas y
epidemiológicas, ni la televisión, o aun el turismo…Es
este fenómeno inexplicable que llevó un día a
alguien a abandonar las formas culturales que lo unían al grupo
del manso original: dejar de tener animales, de regar su prado, de ser
campesino…Dejar de enseñar la lengua del manso a sus hijos.
Cuando finalmente, una minoría antagonista llega a imponer su
censura a los otros individuos.
La unión comunitaria y
cultural (y desde luego la lengua) no se habría quebrado si un
50% de la población hubiese conservado la cultura del manso. Se
trata de un “modo de vida” que no tiene nada que ver con la simple
explotación agrícola familiar o el agrupamiento por
interés que apunta únicamente a valorizar la rentabilidad
agrícola. Nada impide tener su vaca y sus pollos aparte de
desarrollar otra actividad (¡y aún de poder salir de
vacaciones!) a quien es heredero de un sistema tal. La cultura del
manso existe si se inscribe en una continuidad, si al menos 50% de la
población del grupo se reúne regularmente (una vez por
semana, término medio) para la administración
común, “física”, de su territorio, si la actividad
agrícola está presente en el seno del “habitat agrupado”
del manso. Para el conjunto del Queyras (¿y tal vez para todos
los escartons y los valles occitanos alpinos?) se puede tal vez datar
el fin de este sistema en torno a 1985 (cuando la lengua ha dejado casi
de utilizarse). Es verdad que entonces, pueblos enteros han
desaparecido ya y los individuos aislados continuaban subsistiendo a
duras penas, pero yo me refiero mas bien al sistema social que
unía al grupo original del manso y que todavía
conocí personalmente en los pueblos del valle de Arvieux.
Se ve consiguientemente que el fenómeno es reciente, lo que
explica tal vez el silencio que rodea a esta cuestión. La
comunidad campesina se inscribe aquí fuertemente en una historia
local original, en la realidad cultural y sagrada de un territorio. En
este sistema “tradicional” que estaba tan bien ensamblado que casi no
evolucionó desde la Edad Media, para alegría de los
antropólogos.
Esta desaparición de comunidades de campesinos alpinos
¿sería comparable a los problemas de las actuales
comunidades campesinas del tercer mundo, víctimas de la
mundialización? No importa cómo se den, lo cierto es que
el estudio científico y la promoción turística
hechos en torno a esta sociedad tradicional alpina, a sus “objetos
visibles “(casas, muebles, símbolos…) no han podido impedir la
decadencia de todo un sistema. Peor aún, esta
mediatización tal vez la ha ocultado…
Si hubo decadencia, es preciso buscar las premisas. La historia local,
¿se acerca a aquella de toda la Occitania?
La crisis cultural de los
años 1870
Raramente evocado como crisis, este período histórico va
a presenciar el largo proceso de generación de las estructuras
mentales que van, poco a poco, a socavar la cultura del manso.
Se pueden distinguir cuatro fenómenos:
1.- El surgimiento de fronteras herméticas que detienen el
comercio e inducen a la migración definitiva.
2.- El renunciamiento a la responsabilidad que las comunas
tenían sobre la educación de sus niños.
3.- El retorno triunfal del emigrante, la llegada de los primeros
visitantes y la desacertada interpretación del trabajo de los
primeros antropólogos.
4.- El papel reaccionario de algunas mujeres después de la
Primera Guerra Mundial.
1.- La creación de la ruta de las gargantas del Guil (1855)
seguida por la del paso de Izoard, se presentó como el amanecer
de un proceso de apertura en el aislamiento de las poblaciones locales.
En realidad, era una carretera militar destinada a unir los fuertes de
la Haute Ubaye con los del Briançon, pasando lo más cerca
posible de la frontera italiana. Por otra parte, frecuentemente, la
primera disolución de los escartons en 1713 se describe como un
shock económico y cultural. Es preciso señalar que ni
guerras de religión ni acuerdos entre estados pudieron poner fin
a la cultura del manso. Hasta 1855, para una población
occitanoparlante que se desplazaba a pie, la vía principal de
acceso al Queyras seguía siendo el camino de mulas del paso
Lacroix a 2300m de altura. Los pasos “fronterizos” (Thures,
Saint-Martin, Traversette, Ágnel, Saint-Véran)
constituían el vínculo comercial y cultural predominante
gracias a las famosas “trashumancias inversas” en dirección al
Piamonte. Quebrar este estado de hecho por el cierre de fronteras que
nadie respetaba, era matar la economía de la región. Toda
la intelligentsia que contaba en el Queyras (notarios, jueces,
usureros, grandes comerciantes…) debió desde entonces continuar
sus asuntos en otra parte. Fue la partida hacia las grandes ciudades o
los destinos lejanos como la América del Sur. Los más
optimistas veían allí un renacer de la legendaria
movilidad mercantil alpina, la de los mercaderes de estación.
Otros más realistas, como el padre Fournier de Ceillac, pusieron
en guardia a los jóvenes contra el espejismo de una vida
fácil en la ciudad. Aun los antiguos cónsules de los
escartons, desconfiaban de la emigración definitiva. El
país se vació entonces de sus fuerzas vivas pero la
cultura del manso sobrevivió siempre gracias a los “indigentes”
que no tienen otra elección que permanecer en su tierra.
2.- Este período es también el de la desaparición
del hasta entonces legendario maestro de escuela ambulante, con sus
plumas en el sombrero. Numerosos occitanos lo odiaban porque
enseñaba el francés y no la lengua local. ¿Es
necesario recordar que no había entonces necesidad de aprender a
leer y escribir el occitano (la lengua natural del manso) ya que era el
dominio del francés justamente lo que permitía llevar
adelante la defensa de los intereses y del estatus social frente al
Estado francés? Detrás del deseo de instrucción y
de la frugalidad del personaje, uno olvida siempre lo esencial: estos
maestros de escuela ejercían sólo porque
respondían a una demanda. La comunidad del manso los
pedía porque se preocupaba por la educación de sus hijos.
Más allá del saber empírico agro-pastoril, de las
redes comerciales, la cultura del manso sabía que no
podía sobrevivir sin una educación general adecuada. Esta
educación debería estar asegurada por un “especialista”
(reconocible por las plumas de su sombrero) y éste debía
ser de otro manso porque se sabía que empleando personas del
propio manso no se podría asegurar la equidad. Aun se
adquirían no obstante, costumbres que favorecían los
intercambios (por ejemplo, entre Ceillac y Vallouise, los pueblos
protestantes del Queyras y los de Fressinières).
Desde el momento en que el estado impuso la obligatoriedad de un
diploma de estudios para dedicarse a la enseñanza (hacia 1830),
no será la incompetencia lo que hará desaparecer a los
maestros locales sino la decisión de no abrazar una carrera de
funcionario que no sería apta para la estacionalidad
montañesa. Desde entonces, cada pequeño pueblo de Francia
tuvo su escuela pública, lo que permitiría una mejor
educación popular general, comprendiendo también en ella
a las niñas. De todos modos, para el Briançonnais,
habría que saber si estas escuelas no han tenido pese a todo un
reverso de la medalla. Más allá de la prohibición
de practicar en ellas la lengua local, la comunidad del manso
resignó para siempre la preocupación por la
educación de sus niños. Se perdió igualmente la
relación que existía con los mansos de origen de los
preceptores. Las cifras muestran que el legendario atractivo de la
carrera educativa nacional para la gente del terruño (¡en
el gran linaje de los ancestros preceptores!) es falso.
Rápidamente, además, los pueblos de la altura se
transformaron en la obsesión de los jóvenes maestros
nacionales que generalmente no querían quedarse allí.
Esta pérdida de educación, junto a la desaparición
de los notables, va a comenzar a pesar en la existencia del manso.
3.- Como en todo fenómeno de migración definitiva, el
retorno (de aquel que ha tenido éxito) es capital para la
transformación de las mentalidades. Desde finales del siglo XIX,
los “millonarios”, los “americanos” volvieron al país e
inútil es decir que ellos ya no formaban parte de la realidad
cultural del manso. Rompían definitivamente con la agricultura
“física” del territorio (aún cuando antes, un notario o
un juez podían cohabitar toda su vida con sus vacas…). Mejor
todavía, ¡ellos se transformaron en los primeros
“residentes secundarios” afirmando su éxito al construir una
casa citadina que rompía con la típica del manso! No
dejarán tampoco de hacer ostentación de los
méritos de la ciudad donde residían, en detrimento de las
labores campesinas. Uno comenzaba a sentir vergüenza de la cultura
del manso.
Sin embargo, si el emigrante volvía era porque amaba
todavía a su país. Y su éxito lo impulsó a
valorizar este amor. Y ocurre que este retorno se hizo en
compañía de los primeros viajeros que venían a ver
las maravillas salvajes descubiertas por los primeros
antropólogos. El emigrante, halagado, se sintió impulsado
a habilitar su casa como un gabinete de curiosidades. Una
imaginería de lo bello, de lo pintoresco, de lo
montañés (es decir, una falsa interpretación del
trabajo de los antropólogos) va entonces a impulsar al emigrante
a ser el primer promotor del turismo. Nunca se dará suficiente
crédito al personaje por haber creado un modelo que permitiera
la salvaguarda del país. En realidad, las consecuencias
culturales son trágicas.
Por más que el emigrante hablara el patois y practicara la caza,
no sería ya de la cultura del manso. El restauró lo que
ya existía en los escartons, las diferencias de clase, y la
equidad social de los síndicos desapareció. La cultura
del emigrante se volvió un culto de la imagen, una
afirmación ostentosa cuando no violenta, a menudo casi una
religiosidad, de la derecha reaccionaria del cual un país como
el Queyras no se recuperará jamás. Su caza depredadora,
verdadera apropiación del territorio, rompió literalmente
con el modelo de la caza-recolección de la cultura del manso.
Pese a todo, el emigrante, cuyos intereses comerciales son mundiales,
fue víctima a su vez de la decadencia. Su sistema no
sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, contrariamente al manso
de los indigentes. Desgraciadamente, quedan sus imágenes de las
cuales sus descendientes, residentes secundarios, y las sociedades de
caza, son los dignos herederos. Patéticos, los emigrantes
citadinos de los últimas generaciones (venidos de Marsella, de
Lyon, de Gap…), jubilados, en adelante se encuentran desarraigados en
medio de ciudades y de una montaña que evolucionaron sin ellos.
Es fácil saber dónde pasaron la mayor parte de su vida
escuchando su acento. A su muerte, no es raro ver a sus descendientes
despellejarse mutuamente…A menudo, el viejo emigrante se aferra al
terruño estudiando la genealogía, la historia, el
patois,…esperando secretamente que su trabajo sea publicado
póstumamente.
4.- Como para todas las zonas rurales de Francia, la Primera Guerra
Mundial fue trágica para el Queyras. Por largo tiempo, yo
creí que la decadencia cultural derivaba directamente de este
hecho. En realidad, aun cuando esta guerra fue terrible para la cultura
del manso, alcanzando a sus hombres como un latigazo, acabó
sobre todo con los hechos que venimos de considerar. Terrible fatalidad
que no afectó para nada los negocios de los emigrantes (incluso
experimentaron una gran evolución en los años locos),
sino que acentuó el jacobinismo francés y vio desaparecer
los mansos de la altura por donde no pasaba la ruta. Y no obstante, la
cultura del manso sobrevivió, también la lengua occitana,
a este trágico episodio. Un análisis fino me hace pensar
que el drama se desarrollaba en otro lugar. La Guerra del 14
dislocó la célula familiar del manso y esto, a menudo, se
debió al papel de ciertas mujeres.
Tradicionalmente, la célula familiar del Queyras era la de la
familia de raíz occitana. Es decir que el pasaje se hacía
de padre a hijo mayor, en un universo bastante machista, donde la
condición femenina era poco envidiable. Ciertamente, se apelaba
siempre a la necesidad de no parcelar el dominio pastoral para asegurar
la supervivencia. La familia de la cultura del manso aseguraba
también una educación para todos sus descendientes y la
emigración estacional permitía reducir las bocas a
alimentar durante el invierno y al mismo tiempo, contar con brazos, en
el verano. Actuando así, la familia no se limitaba solamente al
hijo mayor. Es decir, que si no se casaba, cada miembro de la familia
podía permanecer en la casa por el tiempo que deseara.
Además, en un manso poblado, con el tiempo uno tenía
también la oportunidad de encontrar el alma gemela en la casa o
en el manso vecino. Más aun, si el heredero fallaba (incluso por
incompetencia), otro miembro de la familia tomaba inmediatamente su
lugar. Estas prácticas explican tal vez la extraordinaria
supervivencia de las familias a través de los siglos. La fuerza
y la supervivencia del manso dependían de ello.
En esta época, desde la instauración de las escuelas
públicas al período que nos interesa, cuando un falso
mejoramiento de la condición femenina enmascaraba apenas un
adoctrinamiento de estado, estaba bien visto que la hija mayor de las
familias de los Altos Alpes siguiese largos estudios. Ser maestra era
una consagración. Uno imagina la educación nacionalista
de estas señoritas en la época de la Guerra del 14.
Localmente, este modelo se tradujo en el culto del jefe, representado
en la familia del manso por el padre y su heredero. A partir de ese
momento, el rol educativo de las viejas “tías” a la “meinaa” fue
suplantado por el de la hija mayor. Allí donde en otros tiempos
se garantizaba un tejido familiar, una transmisión del saber, se
generó una diferencia de clases entre el heredero, la hija mayor
y los otros. Es entonces cuando los hijos menores no fueron ya
invitados a partir en el invierno sino a partir para siempre desde que
alcanzaban la mayoría de edad (el éxodo es así
ineluctable). Son los tiempos en que comenzó a faltar mano de
obra, cuando las familias con pocos hijos adoptaban aquellos
niños de la asistencia pública, o las familias con
demasiados hijos, los “colocaban” en “familias de acogida”. Uno imagina
sin esfuerzo el malestar de gente que desde la más tierna
infancia escucha decir que deberá dejar lo antes posible el
techo bajo el que nació. Las hijas mayores (que se nombraban
frecuentemente “madrinas” del hijo del hermano heredero) se
unían así a los emigrantes con quienes compartían
a menudo los valores reaccionarios. Frecuentemente, por otra parte,
ellas mismas se hacían emigrantes para practicar su oficio.
Señalamos así las razones por las que se fue desmoronando
poco a poco la cultura del manse:
- Pérdida de lazos comerciales y culturales entre mansos.
- Pérdida de una educación apropiada a la cultura
del manso.
- Clase dominante violenta que impone una imaginería
cultural.
- Destrucción de la estructura familiar.
No olvidemos también, que otros factores, esta vez externos, y
aun observadores del fenómeno, habrían de contribuir ya
sea a la salvaguarda o a la declinación de esta cultura.
Las taras de la gente del
Briançonnais beneficiaron al hombre providencial
Poco importa saber si las
mentalidades políticas del territorio se inclinan hacia la
derecha reaccionaria o si los descendientes de los escartons, como
buenos comerciantes, votan solo en función de sus intereses.
Hacia 1950, Wladimir Rabinowitch, el juez de Briançon, analiza
la sociedad de la región. De este análisis, retengo el
subrayado de algunas taras hereditarias:
- El culto de la queja frente a los poderes públicos.
Eterno discurso sobre el reordenamiento del territorio para acabar con
el aislamiento.
- La búsqueda de un hombre providencial, de un elegido que
estaría próximo a los poderes parisinos para ayudar a la
región.
A continuación, destaca también que la sociedad del
Briançon se agrupa desde entonces en corporaciones, con pocos o
ningún vínculo entre ellas, que contribuyen a aislar a
los individuos en el seno mismo de la sociedad. ¿Habrá
que ver aquí una adaptación diferente a la del manso
original? Sea lo que fuere, estos grupos (que yo prefiero definir como
artesanos, comerciantes, hoteleros, instructores de esquí…) no
participan ya del aprovechamiento común de un territorio de vida
sino que se cierran en la defensa de sus intereses económicos.
Que un hombre político y sagaz aterrice allí, en medio de
esta realidad y ¡será bingo! Este hombre providencial
será elegido con bombos y platillos si además vilipendia
las cargas públicas, los impuestos, las tasas, si él
también encuentra chivos emisarios, si promete orden y plata
traída de París, rutas largas y de asfalto. Suavizando
algunas aristas, la técnica y los discursos siguen siendo los
mismos en 2005. No hay más que entrar en cualquier bistrot del
territorio para darse cuenta de ello. A los primeros
especímenes, tal como el legendario Maurice Petsche que
recorría el territorio a la búsqueda de electores
(bastaba un billete de 100F, o menos aún, 50 para conseguir un
voto) siguieron otros casos que, tanto de izquierda como de derecha,
han sabido halagar a un electorado y comprar a otro, uniendo poco a
poco al país en un clientelismo subvencionado, estéril y
censor.
El último sobresalto de
la cultura del manso en Queyras, la zona testigo:
Tampoco quiero hacer
aquí la historia del fenómeno que muchos se complacen en
evocar como lazo entre escartons y parque natural regional. La
tentativa desesperada de mejoramiento de la agricultura al
término de la Segunda Guerra Mundial (1952), fatalmente detenida
por las calamitosas inundaciones de 1957. La realidad social es mucho
peor…..
Sin embargo, gracias a gente como A.Deperraz, director de los servicios
agrícolas, se lanzó un ambicioso programa. Programa de
modernización agrícola, ciertamente, pero sobre todo, de
progreso social: agua, electricidad, comunicaciones, condición
de la mujer (lograr que las jóvenes se queden en la zona…),
actividades complementarias (giras turísticas…), medidas de las
cuales muchas ya habían sido propuestas desde 1916 por el
antropólogo Hipólito Müller (artesanado de la
madera…) Mejor aún, los actores del proyecto eran los mismos
hombres del manse a los que se les volvía a dar esperanzas en lo
que ellos eran y sobre todo, se los inscribía en un movimiento
global. Así, el CETALPES del Queyras formó parte de los
1000 CETA (Centro de Estudios de Técnicas Agrícolas) de
Francia, tal como uno va a ver en Austria, en Suiza, “estos
países que hacen soñar”. Esta zona testigo probó
que allí donde otros habían fracasado (como los
emigrantes), la comunidad del manso no sólo había
sobrevivido sino que era capaz de adaptarse al mundo moderno. Este
proyecto era viable porque se inscribía en la continuidad
cultural, generaba creatividad y progreso social. Entonces, ¿por
qué fracasó? ¿Qué se esconde detrás
de “la agonía del Alto Queyras”, como la llamó un
René Dumont? ¿Se puede imputar solamente a las
inundaciones de 1957 el fin de esta idea? Deperraz no es un ingenuo:
“Es necesario liberar los espíritus, quebrar la costra
endurecida por siglos de tradición”, “Es necesario sobre todo,
por parte de los interesados, coraje, energía, entusiasmo que,
hasta ahora, no han tenido la ocasión de revelarse”. Puedo
afirmar, personalmente, que el entusiasmo existe. Sin embargo, ha sido
víctima, víctima de un tabú social que es el
único responsable de la desaparición de la cultura del
manso.
Para el modelo de la zona testigo del Queyras, los “siglos de
tradición” denunciados por Deperraz se centran especialmente en
los fenómenos de nuestra crisis de 1870. Otros arriesgan tal vez
respuestas más audaces que las inundaciones de 1957 y llaman la
atención sobre la difícil competencia entre
católicos y protestantes al terminar la post guerra. Sin
embargo, paradójicamente, las dos comunidades pudieron
beneficiarse de iniciativas protestantes, como en el caso, justamente,
de la fábrica de Jouets del Queyras (otro ejemplo de
mejoramiento cultural y económico del manse donde, desde 1920,
se mezclaban católicos y protestantes). Allí, a
instancias de Brunissard, que poseía todavía la orgullosa
“torre del procurador”, la común identidad del manso ligó
pacíficamente las dos comunidades religiosas presentes en su
seno. En esta ocasión, en realidad, estamos ante un antagonismo
que no radicaba en una “guerra de religión” o en una “guerra
cultural de los mansos” sino en el rechazo brutal de la
expansión cultural de un grupo, de una familia, de un
individuo…El fin de la equidad de los síndicos permitió
aquí a una minoría antagonista erigirse en censora. Desde
entonces no hay más transmisión del saber, sino
únicamente de propiedad, de “prerrogativas”.
La pluriactividad estacional en
socorro del manse:
Habiendo fracasado en el
dominio agrícola, los espíritus constructivos se vuelven
entonces hacia el turismo. El emigrante mostró la manera pero
era necesario rehacer todo. Por otra parte, las “stations villages” se
inscriben en la realidad del manso, no solamente en el desarrollo
económico privado. Época bendita, cuando en invierno el
campesino se hace perchman o uno habla patois en la cabaña de
las pistas, llena de rouge limé (N.T.: bebida a base de vino
tinto y limonada), echando una mirada a los culos de las parisinas.
Donde un muchacho de los Moulins d’Arvieux que es enviado a trabajar a
Brunissard, a 6km, en el mismo valle, se encuentra en pleno “manso
extranjero”. Cuando en estos setentas triunfantes, la televisión
reemplazó ya a la velada pese a lo cual los hombres siguen
viendo la película juntos, en el bistrot, para poder comentarla.
¡Cuantas horas de recolección perdidas para siempre!
Apenas me atrevo a imaginar los salados comentarios occitanos sobre
John Wayne, Bardot o Mangano…
Los sociólogos se centran ahora en el trabajador de temporada:
un oficio en el invierno, un oficio en el verano. En este caso, uno
olvida la realidad global, la cultura del manso, anualizada, porque, en
lo sucesivo, el oficio de invierno ya no es una fatalidad y, más
aún, uno se atreve (grave error) a vender las vacas y el prado.
Las primeras “otras” comunidades (hyppies, a quienes todavía no
se los llama “neo-rurales”), ambicionan entonces los mansos
abandonados. Tal vez sea aquí donde se juegue todo. Por primera
vez, el Queyras logrará la fusión de dos poblaciones…En
realidad, todos los individuos se asociaron por interés. El
discurso reaccionario de los emigrantes cedió su lugar, poco a
poco, a un discurso de más en más
ecológico-positivista, pero el objetivo cultural sigue siendo el
mismo y el OSTRACISMO es de rigor. Desde los años 1970, basta
plantearse la pregunta: ¿a dónde fue a dar la plata del
turismo? ¿qué se ha hecho? Ha llegado gente, sí,
pero, realmente, ¿la población ha aumentado?
El Parque Natural Regional del
Queyras:
Cuando el Parque Natural
Regional se concretó en 1977, por iniciativa de Philippe Lamour,
fue para detener el éxodo rural y mantener la agricultura junto
a las actividades del turismo y del artesanado. Sólo que era
demasiado tarde. Es cierto que la agricultura del manso todavía
estaba presente, representada por la generación de la
“zona-testigo”, pero la economía se volvió desde entonces
hacia el turismo. Los que han conservado una actividad agrícola,
lo hacen porque no pueden concebir sus vidas sin ella. El turismo
marcha tanto mejor cuanto que los turistas encuentran en el lugar lo
que esperan ver (aún inconscientemente): la cultura del manso.
No se habla todavía de “autenticidad”.
Sin embargo, la última generación de la cultura del manso
va desapareciendo poco a poco y no es reemplazada. Frecuentemente, se
menciona el hecho de que la conservación de esta agricultura no
es ya rentable y sí, demasiado apremiante. Allí
también, puedo decir a título personal, que la mayor
parte de los últimos portadores de la cultura del manso
podrían haberse separado de sus animales mucho antes de la
llegada del Parque. No lo han hecho hasta que no pudieron ya ocuparse
de ello “físicamente”. Nadie comprendió en ese tiempo que
no se trataba de una simple costumbre tradicional, de un simple
“trabajo”, sino de un modo de vida cultural que unía a los
individuos entre sí y a un medio ambiente. El mismo René
Dumont que presentaba el éxodo rural como una suerte para el
mantenimiento de la agricultura (uno podía ampliar sus dominios)
no parece comprender que la cultura del manso no se inscribe en la
rentabilidad. Estar solo en su propiedad para rentabilizarla, no es ya
la cultura del manso. El manso es ante todo un pueblo con casas llenas.
Por otra parte, hoy se puede arriesgar una relectura de lo
agro-pastoril del Queyras. Se evoca siempre la paradoja entre la
decisión de tener pocos animales, a causa del enorme stock de
heno necesario para el invierno, y la necesidad de un rebaño
numeroso para la supervivencia. Sabemos que ahora al declarar su
oficio, la gente del Queyras pone muchas veces una profesión no
agrícola: quien herrero, quien carpintero, tejedor,
albañil…Se sabe que además de saber “hacer de todo” los
individuos se especializan; ya se da la pluriactividad…¿Es que
algunos pueden pasarse sin rebaño? ¿no hay acaso
suficiente madera para calentarse? Vivir con dos vacas y un chancho,
cuando uno puede tal vez vivir sin esto, ¿no es también
inconscientemente la solución para conservar el vínculo
social y cultural con el manso?
Hoy, la agricultura del Queyras está vista como simple modo
económico al que es necesario apoyar, rentabilizar,
subvencionar. La mayor parte de los últimos agricultores han
detenido también la pluriactividad. En efecto, los agricultores
practican en adelante un oficio; están aislados, en el seno de
su corporación.
El Parque llega como enterrador de una realidad. Preserva al
país pero, culturalmente, responde totalmente al culto de la
imagen de los emigrantes y al ostracismo ecologista-positivista. De
acá en más, es preciso etiquetar un territorio, promover
una simple imagen de marca. El discurso agrícola, el
embellecimiento de la historia (escartons, zona testigo…) ocultan mal
la ausencia de realizaciones y la elección de una
política económica puramente liberal. Para no detenerse
más que en la agricultura (no hablemos ya de la cultura y de la
lengua occitana) vemos que los proyectos podrían etiquetarse
como un pequeño inventario a la Prévert: un prado de
frutas rojas, un metro cuadrado de trigo, un viejo molino, un techo de
horno rehecho, unas briznas de génépi (N.T.: Artemisia
Macho, planta emblemática de los Alpes, con la que se hace un
licor típico)…Está bien, pero se está lejos de la
cultura del manso.
Sin embargo, rechazar el Parque sería suicida. Allí donde
no se supo crear, se tiene permiso de preservar lo que resta.
Sólo esto es ya inestimable…
Los órganos culturales:
Creada alrededor del año 2000, la Com Com (que ya existía
en el distrito) responde al nombre de Escarton del Queyras. Esta
comunidad de comunas se inscribe en el vasto programa de sus hermanas
regionales, nacionales, europeas. Algunos dudan de la utilidad de dos
estructuras (parque y comunidad). Pienso, personalmente, que
allí donde hay dualidad (no antagonismo), la equidad puede ser
mejor preservada. Desafortunadamente, allí también, el
término “escarton” enmascara la pérdida de la cultura del
manso (además, a la hora del Gran Territorio Viso, ¿no
será de buen juicio abandonar el término “escarton” por
el de “comunidad de mansos”?
Culturalmente, por otra parte, poco importa que se trate de la Com Com
o del Parque. Bajo las dos estructuras prospera todo un organigrama
turístico (asociaciones, manifestaciones, oficinas y otros
despachos…) que es el único que dicta las elecciones culturales
del territorio….
Conclusión
sobre la cultura del Manso
A partir de este momento, el Queyras desarrolla solamente la cultura de
la imagen. No se trata de atacar a las museografías, al
folklore, ni aun a las elecciones afectivas que no debieran dejar de
existir. Pero, ¿podemos decentemente hablar de continuidad
cultural únicamente en las actividades ligadas al turismo?
Se conserva ahora una falsa
imagen de la cultura del manso como simple producto financiero. El
sistema se invirtió. Allí donde en otros tiempos el
turismo servía de ayuda, éste se transformó de
aquí en más en la única realidad. Pero está
basado en el vacío, en lo falso. Todos los vínculos
llamados culturales están hechos para el turismo, no para la
gente del territorio. Ciertamente; las actividades permitían a
la gente de aquí encontrarse, “ensayar”, y por consiguiente
“alguna cosa” pasaba, lo que de por sí es bueno pero apunta a
una realidad abstracta. No hay ya vínculo “físico” con el
territorio, aun si aquí o allá, se continúa con
las faenas, se riega todavía un prado…Allí donde las
regiones conservaron “verdaderas” fiestas populares, trashumancias,
ferias, el turismo afluye. Y, se puede apostar seguramente que aun
cuando no afluyese, la tradición igualmente perduraría.
Pero es necesario primero vivir su cultura para uno mismo, para su
grupo, no para los otros (y paradójicamente, ¡es
así que los otros vienen!). Allí donde se hace lo
contrario, es puro camelo, un parque de atracciones, que tarde o
temprano deja o genera únicamente una empresa y su cortejo de
desigualdades.
La cultura del manso desaparece
cuando la gente que vive allí no vive ya para ellos mismos sino
que se hacen individualmente dependientes (de los turistas, de las
subvenciones…). Cuando en lugar de cocinar el pan para ellos, lo hacen
únicamente para los eventuales visitantes… Cuando se refugian en
la colección de cajas…
Así, el manso se transformó en una caja en la que la casa
tradicional es una caja, en la que la habitación de arriba es
una caja, en la que el viejo cofre es una caja, en la que se ha puesto
un viejo escritorio-caja conteniendo un casete de registro sonoro (una
caja) en el que un anciano de la cultura del manso recita penosamente
una cancioncita en la lengua del manso…
Uno no puede ya, por otra parte, escuchar o editar la cancioncita
porque los que tienen los derechos del Ostracismo han depositado estos
derechos en otra parte. Aun si quedan herederos de la cultura del
manso, no pueden recitar la cancioncita porque ahora es parte del
patrimonio del Ostracismo (o, entonces, ¡deben probar que poseen
ellos mismos un registro original de la cancioncita!).
Así, el casete, el escritorio, el cofre, la habitación,
la casa, el manso, se transforman en EL producto de mercado. El turismo
únicamente puede decidir y organizar, por supuesto con los
permisos necesarios y abundante publicidad, la gran VISITA DE LAS CAJAS.
Sólo las instancias turísticas deciden entonces quien
podrá hacer visitar las cajas, quien podrá disfrazarse,
quien podrá recibir a los visitantes para alojarlos,
alimentarlos, entretenerlos, quien podrá reproducir los falsos
objetos del manso para comercializarlos. Queda el último gran
momento, la visita de la última caja. Sólo unos pocos
privilegiados, muy escogidos, habiendo pagado muy caro, pueden ver…el
casete de audio. Y se les habla, a medias palabras susurradas, en la
penumbra de una atmósfera envolvente, de la cancioncita olvidada
desde hace largo tiempo…
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